Ana Beatriz Prudente Alckmin

Nuestra Mujer Positiva es Ana Beatriz Prudente Alckmin, filántropa, educadora de innovación, pedagoga por la USP y autora del libro Ella, su gata y Tel Aviv. Ana nos cuenta su camino de amor por la escritura, demuestra su sensibilidad al humanizar la cultura organizacional y cómo se convirtió en una referencia en elegancia.

1. ¿Cómo comenzó su carrera?

Mi carrera como escritora comenzó ya en la secundaria, cuando mis redacciones y citas llamaban la atención en la escuela. Con el tiempo, migré a la escritura corporativa, apoyando a ejecutivos en la construcción de branding, en el desarrollo de statements y textos de posicionamiento. A partir de ahí, evolucioné a articulista y columnista en sitios web y revistas, escribiendo sobre temas que siempre han estado presentes en mi trayectoria: sostenibilidad, tecnología e innovación.

El universo de la innovación me acompaña desde hace muchos años. Al principio, fui mentorada por Victor Megido, quien me presentó este campo, pero seguí profundizando el camino por mi cuenta, estudiando, leyendo e involucrándome con diferentes experiencias. Esta dedicación me llevó a consolidarme como educadora de sostenibilidad e innovación, apoyando a grandes organizaciones del tercer sector, ejecutivos y empresarios que buscan entender cómo aplicar tecnologías emergentes y la cultura de la innovación en sus contextos.

A lo largo de esta trayectoria, adopté el design thinking como una de las principales herramientas de mi trabajo. El design thinking es un enfoque creativo de resolución de problemas que parte de la empatía, es decir, de la escucha profunda de las personas involucradas, para generar ideas, prototipar soluciones y probar caminos de forma colaborativa. Me permite pensar de manera estructurada, pero sin rigidez, uniendo innovación, creatividad y un enfoque real en las necesidades humanas.

Creo que la respetabilidad en mi área se ha construido ladrillo a ladrillo, en un proceso continuo acompañado por muchas personas que validaron este camino. Hoy veo que mi papel como educadora es compartir conocimiento, fortalecer la cultura de la innovación y mostrar cómo herramientas como el design thinking pueden transformar instituciones y profesionales, manteniendo siempre el compromiso con la sostenibilidad y la ética. Ahora, inauguro una nueva fase de mi carrera, como novelista. Como pedagoga formada por la Universidad de São Paulo, aprendí que la educación no necesita ocurrir exclusivamente dentro del aula. La educación también ocurre en espacios no formales y, cuando un joven o incluso un adulto toma un libro para leer, viaja en esa historia, se sumerge en la novela y encuentra allí la posibilidad de instigar reflexiones.

2. ¿Cuál fue el momento más difícil de su carrera?

Mi vida siempre ha estado marcada por interacciones sociales con elegancia, en ambientes saludables y familiares. Hija de académicos y científicos, crecí observando dos mundos complementarios: mi madre, también anclada en el universo político, y mi padre, un científico que siempre transitó con naturalidad tanto en el medio empresarial como en el político. Desde adolescente, acompañé a mis padres organizando cócteles, cenas y brunches, porque creían que el mundo académico no puede estar cerrado en sí mismo, sino que necesita dialogar con diferentes espacios de la sociedad. Estos encuentros eran momentos para promover la construcción de puentes, y a mí me encantaba estar entre bastidores, ayudando en la elección de la vajilla y el menú.

En casa, teníamos una gobernanta, la señora Sueli, que coordinaba la logística de estos eventos con tal competencia que, después de años con nosotros, fue a trabajar a Portugal organizando eventos. Yo, aún niña, estaba pegada a ella, fascinada por todo el proceso de organización. Fue en este contexto que aprendí temprano el valor de las conexiones sociales genuinas. Para mí, el verdadero networking nace cuando las personas se acercan no solo por intereses económicos, sino sobre todo cuando comparten valores humanos. Y lo que entiendo por valores humanos son aquellos principios que están por encima de las diferencias ideológicas: respeto, ética, solidaridad, honestidad y empatía. Son valores que permiten que personas de universos distintos conversen, cooperen y construyan juntas, incluso cuando no piensan igual en todo.

Aunque soy una persona reservada, dentro de mi burbuja siempre construí puentes. Mediaba malentendidos entre amigas, conectaba a personas con inversores o profesionales socios de negocios, fortaleciendo relaciones que conducían a nuevos proyectos. Siempre valoré las relaciones serias y saludables, basadas en el respeto. Tanto que, al casarme, le dejé claro a mi marido que continuaría organizando eventos sociales, como almuerzos, cenas y cócteles, para reunir a la gente.

Cuando entré en el tercer sector como educadora y creadora de proyectos, llevé conmigo esa experiencia y esa mirada hacia el valor de las conexiones humanas. Fue en ese contexto que viví una experiencia aislada, pero impactante, que años después influiría directamente en la forma en que actúo profesionalmente. En una de las organizaciones, conocí a una gestora con quien debía trabajar en asociación. Mi función era presentar ideas y conexiones, y la de ella sería adaptar esas propuestas a la realidad institucional. Sin embargo, en lugar de construir juntas, viví episodios de violencia moral y simbólica.

Ella no se conformaba con el hecho de que yo tuviera los contactos que tenía, creyendo que, por poseer un currículum académico brillante, era ella quien debería ocupar ese espacio de conexiones. Como no los tenía, reaccionaba con rabia, intentando humillarme con comentarios desagradables, invalidando mis logros en reuniones y creando un ambiente hostil. Fue doloroso percibir que esta postura venía de otra mujer, ya que siempre creí en la sororidad y en la construcción de vínculos femeninos. No llevé el caso judicialmente, porque prioricé curarme de esa violencia, pero la experiencia me marcó profundamente.

Yo actuaba como una profesional con trayectoria consistente, pero parecía que, a sus ojos, el hecho de no poder ocupar algunos espacios era una frustración que desbordaba en ataques. Lo que podría haber sido una oportunidad de asociación se transformó en un episodio de falta de respeto, algo inédito para mí, ya que siempre fui muy bien tratada en los ambientes por donde circulé.

Hoy, como educadora que actúa en el mundo corporativo, llevo esta experiencia como lección: es esencial que los propósitos de la institución y el papel de cada persona estén claros, para que el ambiente no se vuelva tóxico. La salud de las relaciones entre colaboradores sostiene a la propia institución, pues solo en un clima de respeto florece la colaboración creativa, indispensable en cualquier organización. Las instituciones que no valoran las buenas relaciones acaban comprometiendo su propio crecimiento.

Esta vivencia me mostró que fortalecer las relaciones humanas es también un acto de innovación y sostenibilidad. Años después, esta situación vivida me inspiraría a escribir el artículo “Escuchar para Innovar”, uno de mis más leídos, que abrió puertas para que fuera invitada a compartir mis reflexiones en diversas organizaciones.

3. ¿Cómo logra equilibrar su vida personal y su vida corporativa/emprendedora?

Actualmente, mi actuación está profundamente alineada con el sector social, donde desempeño actividades voluntarias y de beneficencia en organizaciones que comparten mis valores y propósitos. Me he dedicado a integrar tecnologías emergentes en la cultura de instituciones del tercer sector, reconociendo que cada organización posee características únicas que influyen en la forma en que estas innovaciones pueden ser incorporadas. La innovación, en este contexto, no es solo una adaptación tecnológica, sino un proceso continuo de reinvención que debe respetar y fortalecer la misión y los valores fundamentales de la institución.

Este compromiso con la transformación social está enraizado en mi identidad como mujer judía. En el judaísmo, el concepto de tzedakah representa la justicia social, y la búsqueda de tikkun olam (reparar el mundo) es una responsabilidad colectiva. Estos principios orientan mis acciones y refuerzan la importancia de contribuir a un mundo más justo y equitativo.

Estas actividades fluyen naturalmente en mi vida personal, ya que fueron cultivadas desde mi formación en una familia que valora la justicia social y los derechos humanos. La educación siempre fue una misión para mí, y en este momento, educar para la innovación es fundamental. Como destaqué en mi artículo “Innovación en la Modernidad Líquida”, la innovación dejó de ser un diferencial y pasó a ser una exigencia, no solo en el mercado corporativo, sino también en el tercer sector. Es necesario que las organizaciones se reinventen continuamente, manteniendo sus valores y misión, para que puedan prosperar en tiempos de cambios rápidos y constantes.

Este enfoque no solo fortalece a las instituciones, sino que también promueve un ambiente saludable y colaborativo, esencial para el florecimiento de la innovación y la sostenibilidad. Así, mi jornada como educadora y voluntaria refleja mi compromiso con la transformación social, la innovación ética y la construcción de un mundo mejor para todos.

4. ¿Cuál es su mayor sueño?

El año pasado, fui invitada por la dirección de una escuela pública del estado de São Paulo, junto con una profesora de la institución, para dar una charla a los alumnos sobre cómo la sostenibilidad puede integrarse en la cultura de la innovación. Fue una experiencia increíble. El brillo en los ojos de los adolescentes lo decía todo: ya habían oído hablar sobre el tema, pero no lo comprendían. Al final de la charla, muchos vinieron a buscarme, entusiasmados, diciendo: “¡Vaya, no sabíamos nada de esto, qué interesante!”.

Esta experiencia también me trajo una reflexión importante sobre la Generación Z. Muchas personas piensan que estos jóvenes saben de todo, por estar conectados a internet desde temprano, pero esto no es del todo cierto. Tienen acceso a mucha información, pero gran parte de ese contenido es de baja calidad, desactualizado o distorsionado, muchas veces reforzado por los algoritmos de las redes sociales. Estar hiperconectado no significa estar bien informado.

Tener la oportunidad de llevar contenido de calidad a una escuela pública, sobre un tema que amo, como voluntaria, sin recibir remuneración alguna de la institución, fue extremadamente gratificante. Esta experiencia reforzó para mí la importancia de ofrecer conocimiento de forma clara, relevante y ética a los jóvenes, ayudándoles a interpretar mejor el mundo a su alrededor y las transformaciones que vivimos.

En los últimos tiempos, también he sido invitada a hablar con jóvenes en otros contextos, como charlas en sinagogas para mi comunidad judía. Percibí que me gusta mucho conversar con jóvenes, compartir experiencias y despertar curiosidad sobre temas complejos. Es un trabajo que quiero seguir desarrollando. Necesitamos ser conscientes de que, a pesar de estar hiperconectados, muchos adolescentes de la Generación Z no tienen acceso a información de buena calidad, y las iniciativas educativas bien estructuradas son esenciales para llenar esta brecha.

5. ¿Cuál es su mayor logro?

Publicar mi primera novela, “Ella, su gata y Tel Aviv”, es sin duda mi mayor logro hasta ahora. Este libro representa no solo un sueño personal realizado, sino también un compromiso con temas que considero urgentes.

La obra, que abre una trilogía, trae una narrativa ligera y accesible, pero, al mismo tiempo, plantea debates importantes sobre diversidad, sostenibilidad en la moda, representatividad y derechos humanos. Para mí, es relevante porque contribuye con reflexiones en torno a grandes problemas de la actualidad, como el antisemitismo.

Uno de los pilares del antisemitismo son los estereotipos: la idea equivocada de que todos los judíos son iguales. En el libro, muestro justamente lo contrario, que el judaísmo es diverso, plural, presente en todos los continentes, con diferentes historias, culturas y fenotipos. Reforzar esta diversidad es una forma de combatir prejuicios y de humanizar a un pueblo que muchas veces es reducido a caricaturas.

Por lo tanto, esta conquista va más allá de la publicación de un libro: es también una contribución, aunque pequeña, para ampliar diálogos sobre identidad, combatir el racismo contra los judíos y abrir espacio para diferentes formas de ser mujer en el mundo contemporáneo.

6. Libro, película y mujer que admira.

Como mujer filántropa, creo que es esencial reconocer y celebrar a otras mujeres que, con dedicación y visión, transforman la realidad a su alrededor. Me gustaría destacar a dos mujeres cuya trayectoria me inspira profundamente: Miriam Wasserman y Ester Lustig.

Miriam Wasserman es una referencia de liderazgo y compromiso con la comunidad judía. Actualmente, ocupa el cargo de vicepresidenta de la Federación Israelita del Estado de São Paulo (FISESP), donde desempeña un papel fundamental en la promoción de la cultura judía y en la integración de valores sociales. Además, Miriam fundó la Unión del Judaísmo Reformista de América Latina (UJR-AmLat), la primera entidad judía en América Latina dedicada al judaísmo reformista. Por medio de esta iniciativa, contribuyó significativamente a la diseminación del judaísmo reformista en el continente latinoamericano, promoviendo la formación de rabinos, estableciendo espacios de discusión y apoyando la creación de sinagogas alineadas a esta vertiente religiosa.

Otro proyecto destacado es el ELF (Empoderamiento y Liderazgo Femenino), coordinado por Miriam Wasserman, que busca fortalecer la presencia y el liderazgo femenino dentro de la comunidad judía de São Paulo, promoviendo la igualdad de género y el combate a la violencia doméstica.

Ester Lustig, por su parte, es una líder femenina de la comunidad judía ortodoxa y fundadora del Proyecto Chaguim, una iniciativa que creó un banco de alimentos para apoyar a familias judías en situación de vulnerabilidad social e inseguridad alimentaria. Por medio del proyecto, estas familias tienen acceso a alimentos saludables, como frutas, verduras y otros ítems esenciales, especialmente durante las grandes celebraciones del calendario judío. Esta acción no solo garantiza la seguridad alimentaria de estas familias, sino que también refuerza los lazos comunitarios y la solidaridad entre los miembros de la comunidad judía.

El trabajo de Miriam y Ester es un ejemplo claro de cómo la filantropía, cuando está alineada con valores sólidos y un propósito claro, puede generar impactos positivos y duraderos en la sociedad. Ellas demuestran que el verdadero liderazgo está en servir al prójimo, en promover la justicia social y en construir puentes que conecten a las personas en torno a objetivos comunes.

Fíjese bien: estoy dando el ejemplo de una mujer judía reformista y de una mujer judía ortodoxa. Esto demuestra la riqueza y la diversidad del mundo judío. Me siento muy orgullosa de decir que las conozco a ambas, soy amiga de ambas y soy una gran admiradora del trabajo de ambas.